lunes, 9 de enero de 2017

Aprendiendo guitarra

Los vecinos del apartamento 501 Bloque C de la Unidad Residencial Aranjuez ya habían tenido que soportar durante varios años el juego rockstar de unos niños que hacían bulla todo el día con palos, libros, loncheras, jarrones metálicos, ventiladores dañados, ganchos de ropa, varillas de metal, reglas de plástico, directorio telefónico, cajas de cartón, sillas y cuanto objeto cotidiano pudiera percutirse que no perteneciera a mi mamá para no enojarla (por eso estaba excluido cualquier cubierto, olla y objeto de la cocina).

En algunas de las grabaciones rudimentarias que hicimos con mi equipo de sonido quedó plasmado algún tipo de alharido de mi mamá o mis hermanas cuando llegaban al límite de tolerancia de escuchar esa serie de sonidos de percusión caóticos que llenaban los pasillos del apartamento para que detuvieramos esa orgía de ruido insoportable, pues aquel juego que había empezado sólo con Andrés Mejía y yo, ya había adquirido nuevos estruendosos miembros:  Andrés Espinoza, Alex Londoño con su hermano Julián, Alejandro Correa y Camilo Patiño. Curiosamente los 3 primeros se infectaron de ese virus de la música que es crónico y  no tiene vacuna, y siguieron vinculados a la música hasta su adultez.

Unos años después cuando nos habíamos cambiado al apartamento 302 del mismo bloque, 2 pisos más abajo, tuve la fortuna de tener de vecino a Alex Londoño del 301, quien se convirtió al poco tiempo en mi mejor amigo y complice de estos juegos musicales que ya empezaban a requerir de nuevos sonidos, ojalá unos más ordenados. Primero intentamos agregarle dos instrumentos de viento: la flauta dulce que todos teníamos porque nos obligaban en las clases de música de nuestros colegios (pero que nunca aprendimos a tocar) y un pito espantasuegras.

Fabián, el tío de Alex, tenía una guitarra acústica en su apartamento lo cual sería perfecto para empezar a introducir instrumentos "de verdad" a nuestras canciones, así que empezamos a sonar esas cuerdas dentro de nuestras sesiones de grabación sin saber como se afinaban, sin saber un sólo acorde, simplemente dejándonos llevar por lo que ese cuerpo de madera nos inspirara.

Lo primero que hicimos fue usar la guitarra como un instrumento de percusión más, golpeando sus cuerdas con una varilla sacada de un paraguas que desbaratamos, en algunos breves momentos de una canción cantada por Andrés Mejía que hablaba de un extraterrestre:



Luego vino un experimento instrumental en el que Alex intentó tocar con sus dedos cualquier posición que cayera en la guitarra y que por momentos suena coherente, mientras Andrés improvisaba "free-jazzísticamente" golpeando diferentes objetos mientras yo hacía una base de bombo (directorio telefónico), redoblante (jarrón de metal) y un pito espantasuegras como tema melódico que le daba el título a la canción "tututiru":




Después de otros cuantos experimentos grabados, llegamos a una canción con un contenido social que sería perfecto para el momento actual de Colombia y el premio Nóbel de la Paz de Santos. En el minuto 3:35  hay un sólo de guitarra de Alex que nos sorprendió por su virtuosismo sin saber nada de guitarra:




En los meses siguientes apareció en la Unidad un personaje llamado Jeison, quien fue apodado "el costeño" por obvias razones, quien para nuestra fortuna sabía tocar en su guitarra varias canciones incompletas de Guns n' Roses que era la banda de rock más pegada de la época y que próximamente daría aquel histórico concierto en Bogotá en aquel noviembre lluvioso de 1992. Habernos hecho amigos de él fue el paso que necesitabamos para aprender a tocar, así que logramos aprender unos cuantos acordes, aquellos con los cuales poder tocar parte de "Knocking on Heaven's Door" y "Don't Cry".  Logramos incluso que el Costeño nos prestara su guitarra para poder practicar sin tener que hacerlo de manera clandestina con la del tío de Alex que no se la prestaba fácilmente.

Con esos cuantos acordes G, D, C, E, Em, A, Am y la proeza de lograr hacer mis primeros acordes con cejilla como el primer F, no pude resistir ese impulso que me llevaba a crear cosas a partir de mis aficiones. No quería seguir tocando las únicas 2 canciones que me sabía incompletas. Así que decidí componer algo tratando de utilizar todos los acordes que me sabía en una sola canción. Era mi primera aproximación a componer una melodía real que estuviera dentro de unos acordes reales, así que el resultado fue algo muy sencillo, pero para que no se me olvidara dicha melodía escribí una letra con lo primero que se me viniera a la cabeza. Cuando miré alrededor en la habitación ví el desodorante Balance Ultrasec que usaba alguna de mis hermanas y allí apareció la temática: un romance que se vuelve imposible por el mal olor axilar del ser amado. Esta vez me dí a la tarea de no improvisar una letra como lo haciamos anteriormente, sino sentarme a escribirla con lápiz y papel. La única grabación casera que había de esa canción se perdió en un cassette que desapareció varios años después cuando creamos una banda llamada Zenda Primitiva en las manos de Andrés Roncancio que había ingresado como bajista. Por esa razón, tuve que volver a grabarla hoy para presentárselas: