lunes, 25 de agosto de 2014

LA MUERTE ES EL INICIO

La muerte definitivamente es un tabú en nuestra sociedad, nunca hablamos de ella en nuestra familia cuando estamos vivos, sanos y felices. Es un tema más vetado que el sexo, aunque lo vemos a diario en los noticieros, en las películas y en la TV; nunca queremos lidiar con él, nunca lo invitamos a nuestra sala como tema de conversación a menos que alguien que conocemos haya muerto o que repliquemos alguna experiencia que alguien ajeno nos contó.

Pero jamás hablamos de nuestra propia muerte cuando no vemos una amenaza a nuestra vida, ni planeamos qué será de nuestra familia y los que quedan si abandonamos este mundo antes de lo esperado. Pero la cita con la guadaña es irrevocable mientras no se materialicen los sueños de la ciencia ficción en donde la nanotecnología, la impresión de órganos 3D o la revolución genética nos convierta en seres perennes.  Sin embargo, como aún no es posible la conexión de nuestros cerebros a grandes discos duros para guardar nuestras memorias, emociones y vivencias, he decidido empezar a plasmar en este blog un registro de mi vida por si acaso la muerte llega sin invitación y antes de que mi memoria me empiece a desamparar.

Pero no puedo decir que no haya habido un deceso en mi familia, porque tengo una bastante numerosa por el lado materno, compuesta por 1 abuela, 12 tíos, 57 primos, 79 bisprimos y 5 tataraprimos; y por el lado paterno, 1 tía, 2 medio-hermanos, 3 primos y 4 bisprimos. 

Es apenas lógico que con tanta gente las probabilidades de que haya alguien que fallezca es mayor, pero afortunadamente solo unos cuantos han dado ese paso. Mi abuelo materno murió de una trombosis el mismo año en el que yo nací y el único vestigio que queda de nuestra relación es una foto en la que yo estoy en sus brazos casi recién nacido. Mi abuela paterna murió de una isquemia y se llevó a su tumba la identidad secreta de mi abuelo quien había muerto algunos años atrás. Dos primos maternos murieron juntos y jóvenes en circunstancias violentas dejando gran dolor en sus padres, mi tío Jairo y mi tía Marlene, pero especialmente en esta última, cuya pena sigue latente en su corazón a pesar de todos los años que han pasado desde que eso sucedió.

La muerte al parecer ha estado navegando por un río distante que solo se ha cruzado en el cauce de nuestra familia en esas pocas ocasiones permitiendo que por ejemplo mi abuela haya celebrado su cumpleaños número 102 en el 2014. Generalmente nuestro pensamiento es que los mayores serán quienes mueran primero, pero la Pelona es tan impredecible y tan caprichosa que puede llevarse a los mas jóvenes y saludables; y abandonar a aquellos que la esperan con ansias.

La parca empezó a dar pasos hacia la puerta de mi casa cuando se llevó a mi papá el 6 de agosto de 2013, un extraño día en donde celebraba al mismo tiempo la vida de mi novia que cumplía años coincidencialmente en esa fecha. Fue una muerte sin mucho aviso, tan sólo 1 semana después de ingresar a la clínica porque sus ojos y su piel se había puesto amarillenta y algunas molestias de estreñimiento, le diagnosticaron un cáncer en el páncreas. 

Teniendo en cuenta que un tumor en ese órgano es usualmente el más agresivo había que tomar una decisión muy rápida con respecto al tratamiento; la primera opción era una cirugía altamente riesgosa con una probabilidad muy alta de morir, la segunda era un tratamiento largo en el que se le podría alargar su vida a medida que poco a poco se iría agotando su salud hasta que finalmente exhalara su último aliento.  Mi papá decidió entonces irse por la primera opción, prefería morirse de una vez o sobrevivir con una calidad de vida aceptable que irse acabando paulatinamente, diciendo que siempre había tenido una buena vida y no quería terminarla sufriendo.

El tumor resultó ser mas complicado de lo esperado y la cirugía programada para 5 horas se extendío hasta 12. Durante la recuperación en los días posteriores mi papá recobró algo de conciencia y pudimos cruzar unas pocas palabras, a pesar de su estado bromeó algo con respecto a la belleza de la enfermera, cosa que era común en él. Sin embargo, a los dos días tuvo una recaida grave, una infección y fue perdiendo una a una sus funciones físicas; si se hubiera recuperado se habría condenado a la diálisis por el resto de su vida. Pero contrario a salir avante, se fue extinguiendo poco a poco hasta que finalmente el último de sus signos vitales se apagó en los monitores.  Se fue con el esbozo de una sonrisa en su rostro.

A pesar de que era mi papá, sentí que la muerte aún no se asomaba a la ventana de mi hogar, solo daba pasos en el antejardín porque mi relación con él nunca fue cercana. Desde mis 5 años de edad cuando mis padres se separaron lo veía muy poco, sus visitas se limitaron siempre a unos pocos minutos en la portería de la unidad donde yo vivía para saludarnos y entregarme el dinero de la mesada que por ley debía darme. Nunca pasamos un fin de semana juntos o fuimos por lo menos a la panadería de la esquina a comernos un helado.

Tampoco tengo una sola fotografía de mi infancia en la que él aparezca. Para cualquiera que abre nuestro álbum familiar es extraño ver imágenes de mi bautismo, cumpleaños y viajes con un pedazo rasgado, porque él se dedicó minuciosamente a arrancar su rostro de cada una de las fotos donde aparecía para prevenir, según sus propios agüeros, que le fueran a hacer algún tipo de brujería posteriormente. Por eso no tengo ningún sentimiento positivo o negativo hacia él, pues nunca lo conocí realmente durante mi niñez.

Muchos años después durante mi adultez fue extraño que él quisiera acercarse a mí y tratara de establecer un vínculo que no se creó en la etapa donde debía hacerse tanto con él, como con mis 2 medio-hermanos. Pero el universo es extraño y conspira para que tarde o temprano las cosas más inesperadas ocurran, como vivir esos últimos días de mi papá y los posteriores a su muerte acercando a sus 5 hijos en torno a él. Y considerando lo insignificante que es el tiempo humano a nivel cósmico puedo atreverme a decir: nunca es tarde.